miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sólo es el inicio...es ficción.

     Siempre había querido escribir un libro, desde que tenía 18 años empecé a sentir un cosquilleo en mi interior que me pedía crear mundos aparte, innovar, pero sobre todo, escapar de la realidad que había construido para mi mismo. Sin embargo, nunca logré tal labor de sentarme y escribir. No me era tan fácil como a muchos les es. Y no por falta de imaginación, más bien por una enorme apatía. Cada vez que me sentaba frente a una hoja, o una pantalla en blanco, empezaba a escribir historias de personajes que, a fin de cuentas, eran sólo un reflejo de mi mismo. Escribía historias autobiográficas, no importaba cuál fuera la trama, podía tratarse de algún cliché policiaco y simple el protagonista caería en vicios de personalidad idénticos a los míos. No sé si esto sea normal, tal vez sí. Pero eso no era lo que yo quería hacer, precisamente porque mi intención no era recrear mi mundo, sino, escapar del mismo. Intenté de todo, consumí drogas, me emborraché muchas noches, conocí mujeres y fui a lugares decadentes para intentar obtener un poco de inspiración, pero nada parecía funcionar, siempre el personaje principal hablaba sobre mi.  

Así que me decidí a edificar aquella tarea de la cual no podía escapar: escribir sobre mí mismo. Al principio pensé que sería tarea fácil, que sólo era cuestión de plasmar mis ideas en unas cuantas líneas, pero estaba muy equivocado. Creo que no existe tarea más complicada que narrar sobre uno mismo. Es una de las cosas más dolorosas que he hecho en mi vida. El tener que recordar ciertos momentos de mi vida que creí había enterrado, fue una pesadilla. Pasé días enteros llorando, recordando, viviendo, lamentando…arrepintiéndome… pero eso no es lo importante. Ahora ya nada importa, aquí donde me encuentro el pasado no podría importar menos. Es más, ni siquiera el futuro es importante, pues es algo que sólo es real para unos pocos. En estas cuatro paredes nada tiene relevancia.
Los días pasan, los meses y los años nos dejan atrás, como si nuestra existencia no fuera importante. Y la verdad es que no lo es. En algún momento todo podría llegar a su fin y de nada importaría todo lo que hemos hecho, las guerras, las peleas, serían un total desperdicio; más aún los momentos llenos de alegría y felicidad, se verían reducidos a meros escombros de una enorme edificio que en algún momento era símbolo de gloria y majestuosidad. 

A veces el pensar así me roba el sueño y me produce ataques de ansiedad. Soy un pesimista romántico, si es que eso tiene sentido. Creo que el mundo está jodido, creo que no hay escapatoria, sin embargo me gusta imaginar lo contrario, pretender que todo es una transición para un mejor futuro, donde todos volvamos a ser hermanos y no importe más nada. Un lugar donde el hombre verdaderamente ame al hombre, que no exista odio, donde no haya guerras, una tierra donde libertad no sea un mero concepto teórico, sino más bien, una cuestión práctica. Me gustaría que todo fuera diferente. Sin más que añadir como introducción, déjenme invitarlos a conocer mi historia. Sé que han sido contadas miles como la mía, y la verdad es que no sé si tenga algo especial que ofrecer al público. Sólo una cosa les puedo asegurar: mi historia no pretende conmoverlos, ni siquiera hacerlos reflexionar como aquellas grandes producciones de Hollywood. Mi relato no podría ser protagonizado por Brad Pitt como el personaje principal, ni las mujeres que aquí se describen tienen semejanza alguna con Jessica Alba. No intento impresionarlos, sólo quiero liberarme de la gran carga que llamo mi vida.

Abrí los ojos un 15 de Agosto del año 1990, en la capital mexicana. Ese día no pasó nada importante en el mundo. Mi nacimiento no cumplía profecía maya alguna, ni mi numerología correspondía a ningún elegido espiritual elegido por el Espíritu Santo para salvar al mundo del Apocalipsis. Sólo fui un bebé de peso regular, nacido en un hospital de clase media en la Ciudad de México, cuyos padres habían esperado con gran alegría. Al menos eso me gustaría creer. Pero he de confesarles, mis queridos amigos, que mi padre, previo a mi nacimiento había caído en el vicio del alcohol, pero al contrario de lo que se imaginan, jamás golpeó a mi madre, y nunca estuve en peligro de muerte. El alcoholismo de mi padre cumplía con los estándares del padecimiento conocido como: "alcohólico socialmente correcto". Así es, era uno más de esos millones de personas que beben en reuniones sociales, con el fin de "divertirse", claro que la diversión del que bebe es, siempre, directamente proporcional al daño emocional que provoca a quienes en verdad lo quieren, y obviamente me refiero a mi madre. Quien prefería quedarse en casa y descansar, que ir a fiestas a emborracharse.Así que el embarazo de mi madre se vio envuelto en una atmósfera oscura, pero socialmente aceptada: el hombre será un "fiestero empedernido" y madre era la típica mujer que se había casado con un patán fiestero, al cual no le interesaba realmente el nacimiento de su hijo. Tal vez era la costumbre social en ese entonces, pero me parece que la sociedad necesitaba un cambio de perspectiva. Vamos, nací una década antes de que terminara el siglo, y sin embargo mi padre se comportaba como un perfecto mono. 

Mis primeros 5 años de vida los viví en un departamento al sur de la Ciudad. Mis dos padres trabajaban y mi hermana era 10 años mayor que yo, así que ella debía asistir a la escuela, por lo que mi madre se vio obligada a recluirme en una de esas guarderías, donde personas ajenas se encargan de criar chiquillos indefensos, hijos del nuevo orden, donde ya no era prioridad atender a los pequeños, sino conseguir dinero para poder sobrevivir. Esa era sólo una de tantas maravillas que estaba trayendo el nuevo orden: desapego familiar, supongo intentaban fomentar el individualismo, pero la verdad es que lo único que provocaban era un profundo recelo de los nuevos hijos contra sus padres. Digo, ¡vamos, todo mundo lo sabe! los primeros años de vida de un bebé son los que deciden su futura personalidad, y cuando tu primeros años los viviste en brazos ajenos a tu familia, esa futura personalidad no puede ser una muy sana y benéfica. ¡Viva la sociedad moderna!. 

Tengo vagos recuerdos de aquellos primeros años, supongo que mi mente ha decidido reprimir esos años debido al dolor que me provocaron. Hasta la fecha lo pienso y no fue muy agradable compartir con personas extrañas mis primeros logros personales, tales como hablar, caminar, e incluso escribir y leer- Así que los únicos recuerdos tempranos que tengo son, precisamente en compañía de aquellas personas. Tengo agradables memorias con la Señorita Mary, quien era encargada de cuidar mi pequeña persona. Junto a ella recuerdo haber pasado momentos vergonzosos como mojar los pantalones, o manchar mi ropa de comida. Pero ella, siempre, con una sonrisa en su bello rostro, arreglaba mis problemas y me daba ánimos de seguir. Lo único que recuerdo nítidamente es que era uno de los alumnos más destacados de mi guardería. Tal vez no haya sido un logro relevante, sin embargo lo recuerdo bien.

Mi mente comienza a tener menos lagunas en mi ingreso a la primaria, debido a dos situaciones: la primera es que, ya no vivía en ese departamento al sur de la ciudad, aunque seguía viviendo por esos rumbos, ahora mi familia se había mudado a una casa más espaciosa y con un patio, que para ese entonces, me parecía enorme. De ese patio tengo mil y un recuerdos, y aunque, lo confieso, la mayoría de esos recursos consisten en mi jugando solo en el patio, o en mi cuarto son recuerdos gratos. Claro, no puedo ignorar la nostalgia que me provocan, pero esos momentos me hicieron quien soy. De pequeño solía amar el jugar fútbol, pero al ser el único varón de mi casa, generalmente jugaba sólo contra la puerta del patio, que hacía de portería profesional. Al ser el único jugador, mi labor era más arduo que el de un equipo, tenía que imaginar, primero, un estadio lleno de aficionados gritando, y haciendo ruido, después, mi mente debía crear un equipo contrario lleno de jugadores perversos que intentaban lastimarme para derrotar a mi equipo, porque claro, yo era el jugador estrella. Así que cuando el árbitro pitaba por el inicio del encuentro mis ojos dejaban de ver un simple portón negro, y en un segundo ese patio de 10x5, se convertía en un estadio de magníficas dimensiones. Cada vez que anotaba gol el mundo entero se estremecía a mi alrededor, de igual manera, al ser herido por alguna mala jugada de los contrarios se desataba un descontento universal, y todos pedían su expulsión. Recuerdo con gran alegría a primera vez que gané un mundial…

Aunque el fútbol no era el único deporte que me gustaba, era el único que podía jugar en un espacio tan reducido con sólo un balón y una puerta, pero eso no quiere decir que era lo único que hacía. Como cualquier otro niño de mi edad jugaba mucho tiempo dentro de mi habitación con juguetes arquetípicos, hombres con ojos azules y cuerpos musculosos que combatían contra las fuerzas del mal. Estos encuentros no eran tan espectaculares como mis partidos futboleros, porque las plásticas personalidades de mis instrumentos me aburrían sobremanera. Así que, los convertía en luchadores profesionales, en vez de estúpidos militares fascistas, claro que en ese entonces no tenía ni la más mínima idea de qué era un fascista, eso lo supe hasta mucho después, pero me enorgullece poder decir que desde entonces pensaba que el militarismo era algo desagradable. 

Poco tiempo después llegaron a mi vida los videojuegos, e irónicamente mi vida calló en un ocaso, debido a que mis padres comenzaron a pelear. Mi primera consola de videojuegos fue el supernintendo, donde como era de suponerse pasaba horas frente al televisor pretendiendo ser un jugador internacionalmente reconocido. Sí, no era tan grandioso como imaginar un estadio en el patio de tu casa, pero al menos te hacía sentir acompañado.

Imagino que por mi relato el lector podría imaginar que mi vida era solitaria en una manera casi exagerada, y he de aclarar que no fue así. Aunque esos recuerdos los tengo almacenados en mi memoria inmediata, no por eso ha de suponerse que toda mi infancia la sufría en una soledad irreparable, al contrario. Cundo ingresé a la escuela primaria, comencé a hacer amigos por doquier, era de los chicos populares. Recuerdo que me gustaba estar con todos los de mi salón, jamás fui de aquellos mocosos, que gustaban de seleccionar a sus compañeros, o de los que hacían sentir mal a los demás. Por el contrario, me gustaba relacionarme con todos por igual.