martes, 23 de noviembre de 2010

Noche.

Cuando la luna ilumina la noche; cuando la oscuridad lo cubre todo a mi alrededor, me transformo, me convierto en alguien más. Ahí, donde nadie me ve puedo ser quien yo quiera. No existen ojos que juzguen, ojos que reclamen atención, no existe Dios, ni el diablo. Nada, sólo soy yo y mi mente.

Perdido en las penumbras del mundo camino sin rumbo, no busco nada, no quiero llegar a ningún lado. Los crujidos que emiten las hojas cuando camino sobre ellas hacen la armonía de la dulce música que me acompaña.

¿En qué me he convertido?, ¿Quién soy?

La oscuridad es tan intensa que no veo ni mis manos, estoy perdido. Abrir los ojos o cerrarlos, es exactamente lo mismo, así que camino con los párpados cubriendo mi alma. Me niego a ver con mis ojos que han sido manipulados por el mundo, ya no puedo ver con tanta nitidez como cuando era sólo un niño.

Ahí en plena oscuridad veo un ser que brilla con una luz que proviene de él mismo, se acerca, y me toca el hombro. Sonríe. Lo reconozco, soy yo. Es mi pasado. Juntos conversamos un rato, sentados sobre un tronco caído. Reímos y recordamos los viejos tiempos. Después de un rato, algo en mi empieza a detestar a esa persona, así que, me levanto para seguir adelante, pero él me golpea por la espalda, yo regreso el golpe, pero él lo esquiva. Sigo caminando, ya no me ataca, ahora se ha puesto tras de mi para alumbrarme el camino. Creo que sé a donde voy.

En medio de un pequeño escenario rodeado de árboles, encuentro un espejo enorme, con el marco de oro y un enorme zafiro en la punta. Con el pasado atrás, logro ver mi reflejo, y no me reconozco. No sé quien es aquél que veo. Lloro, lloro. No sé quién soy. Quiero abrazar el pasado, pero éste se aleja. Lleno de una furia incontenible, arrojo una piedra al espejo. Éste al romperse, provoca un ruido ensordecedor, grito con toda mi fuerza. Ahora ya no necesito que algo me diga cómo me veo, o qué soy. Simplemente lo sé. No me interesa saber qué soy.

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