domingo, 3 de octubre de 2010

Lento




Escribo esta carta, porque necesito un desahogo de mis penas. Los últimos días se han vuelto una total pesadilla, y siento que ya no puedo más. A cada segundo que pasa puedo sentir cómo se me escapa el alma del cuerpo, de poco en poco. El recuerdo de aquellos días tan mágicos se me borra de la mente, y por más que me aferro al recuerdo, parece que éste huye de mí.
Hace meses que no sé nada de ella, mi amada. Y sé que gran parte de la culpa es mía, fui un cretino. Ojalá el tiempo nos vuelva a reunir, y pueda acariciar su dulce cuerpo una vez más.
Su nombre es Denise, y ha sido la mujer más maravillosa que jamás haya creado Dios. Cuando pienso en sus mágicos ojos castaños, y en su suave piel blanca como las nubes, mi corazón gime de dolor al saber que, tal vez, jamás volveré a ser testigo de tal belleza.
La conocí hace apenas dos años, pero fueron los años más memorables de mi corta vida. Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi. Fue en una fiesta en conmemoración por la nueva empresa de mi padre, todos los invitados iban impecablemente vestidos y aseados. Era una total gala. Yo, por mi parte, sólo usaba un traje elegante, mi cabello estaba desaliñado como siempre, razón por la cual mi padre me regañó enérgicamente, y me mandó a peinar. Caminé hacia el baño a regañadientes, y mientras maldecía las órdenes de mi papá, la vi. Parecía un ángel en aquel vestido negro, que hacía perfecto contraste con la blancura de su piel.

                                         
             Quedé como hipnotizado por unos segundos. Juro por mi vida que nunca antes había presenciado tal belleza en un ser humano. Así que, me apresuré al baño para peinar mi cabello, y salí en su búsqueda. Pasó mucho tiempo antes de que la volviera a encontrar, pero cuando la vi de nuevo, mi corazón gritó de alegría. En ese momento lo supe, ella era mi mujer, era ese amor que hace que la vida tenga sentido. Me acerqué tímidamente, y la invité a bailar. Ella, al verme, sonrío y aceptó mi invitación.
Bailamos juntos por horas, mientras nos decíamos bromas al oído y nuestros cuerpos coqueteaban en una hermosa danza de romance. Al terminar la velada, me acerqué a ella, la tomé de la mano y la besé. Ella respondió el beso, y así fue que esa noche se volvió en la mejor experiencia de mi vida. Después del beso, le pedí su teléfono. Cuando la vi partir a su destino, mis ojos lloraban de felicidad.
La llamé al día siguiente sin importar parecer desesperado, simplemente no me podía contener. Contestó su madre el teléfono, pedí por ella y escuché su voz. ¡Ah que dichosos mis oídos, pues sólo ellos conocen la dulzura de esas dulces notas!. La invité a salir y ella dijo que sí.
Fuimos a cenar a un restaurante elegante, y a luz de la vela le dije que se había robado mi corazón, que no podía dejar de pensar en ella. Le propuse mi amor. Ella (gracias al cielo) me correspondió y nos declaramos novios y amantes.
Los dos años que duró nuestro noviazgo, fueron tan maravillosos y felices, como el lector puede imaginarlos. Mis recuerdos de aquellos días están inundados de risas, alegrías y buenos momentos. Pero como todo en la vida, esa felicidad llegó a su fin. ¡Oh qué tonto fui al dejar que se me escapara tan tierna criatura!.
El grave error de mi vida lo cometí en una noche de borrachera desenfrenada. Harto de la ligera rutina a la que había comenzado a caer, decidí salir de fiesta con mis amigos.



            La noche comenzó tranquila, éramos todos buenos amigos. A la fiesta no acudió mi amada, porque, quise disfrutar de un día sin ella. (¡Oh cuánto me arrepiento!) Así que, como era de esperarse mis inhibiciones bajaron a cero, y me sentí libre.
Mientras pasaban las horas, el ambiente de fiesta fue creciendo, así como las botellas de alcohol se fueron consumiendo, y de pronto todos estábamos sumergidos en una profunda borrachera. Y fue ahí cuando una mujer se acercó a mi y comenzamos a conversar. Ella era agradable, pero jamás podría compararse siquiera a mi bello ángel. Las copas se fueron vaciando y la plática comenzó a subir de tono. El coqueteo de fiesta no se hizo esperar, así que nos abrazamos y besamos en las mejillas. Yo sabía que estaba errando, más en esos momentos no me importaba nada. Estaba sumergido en un éxtasis etílico.
De pronto, recuerdo haber subido con ella a una de las habitaciones de la casa donde se llevó a cabo la tertulia. Nos besamos mundanamente y comenzamos a desnudar nuestros cuerpos. Sí, pasó exactamente lo que el lector se imagina. ¡Maldigo esa noche de lujuria!.
Al día siguiente desperté en mi cama sin recordar cómo había llegado ahí. Me dolía la cabeza, mi estómago estaba revuelto y mis labios completamente resecos. Evidentemente sufría de una horrible resaca. Mientras caminaba hacia la cocina para servirme un sal de uvas, recordé mi aventura. El corazón se me detuvo por unos instantes, me sentí mareado y vomité, no a causa de la resaca, sino del asco que provocó en mi recordar esa horrible traición. Me odié completamente, entré en pánico. Arrojé varios vasos a la pared para desahogar mi furia. Lloré descontroladamente por unas horas. Después, más tranquilo medité un rato sobre qué hacer. ¿Debería de decirle? Si lo hacía, tendría que apartarme de su lado, no podría vivir sabiendo que cometí acto tan atroz.



Después de una larga introspección, decidí llamarla para contarle la verdad. La cité en una cafetería cercana a su casa. Ella llegó con su belleza delirante, como era de costumbre. Y yo, yo no pude verla a los ojos. Tomé su mano, la acaricié, como quien sabe que va a perder una mina de oro, con lágrimas en los ojos le relaté mis fechorías. Jamás olvidaré la expresión de dolor en sus ojos. Fue lo más horrible que jamás haya visto.
A diferencia de lo que había previsto, ella me dijo que podía vivir con ello, “fue sólo un error de borrachera, creo que soy capaz de vivir con eso”, me dijo. Pero yo no podía vivir con la culpa. Le dije que lo mejor era que nos separáramos por un tiempo, mientras encontraba auto-perdón por mis errores. Pagué la cuenta y la dejé, la miré de reojo mientras salía del lugar y el mundo perdió color.
Han pasado dos meses ya desde que escuché por última vez su voz. Y todavía no logro olvidar mi pecado. Con estas líneas espero dar alivio a mis penas, para correr a su lado, libre de culpas. Incluso escribí un ligero poema para conmemorar su existencia.
¡Dichoso el momento en que Dios creó su más bella obra!,
¡Los cielos brillaron más que nunca aquél día!
Los ángeles cantaron a coro la más dulce melodía,
Todo el mundo se alegró al verte nacer, ¡oh mi querida!
Miré tus ojos, y nací en ese instante
Supe, pues, que serías mi amada.
Robé de tus labios una dulce sonrisa
Fui el hombre más feliz, y reí, delirante
¡Ojalá que tus ojos jamás lloren, mi vida!
¡Que tu historia sea plena por siempre!
Si eso falla algún día, querida
Prometo sacrificar por ti mi más bello diamante
Mi más grande deseo, cariño
Es verte feliz toda la vida.
                                                                                                         

1 comentario:

Lua Maldini dijo...

este cuento me gusto mucho y realmente tienes talento, creo que francamente eres al unico escritor que leo actualmente, jumm si el mundo supiera lo pendejos que somos en la universidad,, :)

una novela amigo porque no, una recopilacion de cuentos, no se, pero no dejes de escribir gracias por buenos ratos :)