viernes, 22 de octubre de 2010

Foto.

Perdido, camino perdido por la ciudad sin rumbo alguno. No quiero llegar a ninguna parte, sólo quiero caminar con la cabeza baja, mirando el piso y dejando el pasado atrás. Pero no es el pasado quien me agobia y me desgarra por dentro, es el presente una horrible pesadilla a la que he caído, y donde todavía no logro ver la salida. No existe luz después del túnel. No existe salida. Enciendo un cigarrillo y me doy cuenta que ya es de noche, ¡pero que bella es la noche!, ¡magnífico disfraz, la oscuridad! Ahí, bajo ese manto esplendoroso no se distinguen caras, no importan las sonrisas falsas, ni las pretensiones. En la oscuridad todo es lo mismo, y la nada lo es todo. Ahí es donde quiero estar, en la nada, porque soy nada. Me gustaría poder llamarme humano, persona o individuo, pero sería un intento fallido para describir mi ser. La historia de la humanidad está llena de perversiones, matanzas, dinero, poder, y nada de eso me interesa. No me interesa el poder. ¿Quién soy yo para postrarme por encima de los demás?

Después de caminar un largo rato, entro en un pequeño bar. Lo primero que noto al entrar es la falsedad en los rostros ajenos, todos ríen, todos hablan, pero nadie dice nada, todos presumen ser algo, todos quieren ser algo. Es como ver en la televisión un programa sobre la vida salvaje, donde los machos y las hembras utilizan sus mejores tácticas para llamar la atención; donde todos están al acecho para asesinar al más débil de los salvajes. Me repugna. Me siento directamente en la barra para evitar ver a la muchedumbre. Pido un whiskey en las rocas y lo saboreo como si fuera la hostia divina, el elixir de la vida que me consederá la vida eterna. Siento cómo recorre mi garganta ese sabor amargo, lo disfruto plenamente.

Una vez, más miro alrededor, nada cambia, son las mismas caras marcadas por la muerte, las mismas risas ahogadas en la miseria. Nada que me impresione. Sigo mirando alrededor, algo en la muchedumbre me provoca morbo. Cuando empiezo a encabronarme, veo una pequeña moneda de oro brillar al fondo del lugar, su cara me parece muy diferente a las demás, ella no oculta nada, pero no muestra mucho. Sus ojos color marrón brillan de una manera peculiar e inocente. Su cuerpo brilla como una estrella en el cielo lleno de oscuridad. Tomo otro trago de mi elixir y me dirijo directamente hacia ella. Cuando llego a dos metros de distancia, noto que en su mesa está sentada una manada de animales repugnantes, quienes voltean, de pronto para preguntarme "¿Qué quieres?". Los ignoro por completo, no me interesa dirigirme a bestias, así que busco la mirada de aquella bella criatura y le pregunto, '¿Te gustaría salir a  fumar un cigarrillo conmigo?' . Ella no contesta, voltea la mirada, da un trago a su bebida y se para sin decirme nada, yo la sigo, como hechizado, se dirige a la puerta del lugar, saca un cigarrillo de su cajetilla dorada y me dice: "¿y bien?, ¿qué tienes que ofrecerme?". Me  impresionó la suavidad  de su arrogancia y por un momento me quedé sin decir nada, hasta que ella levantó la ceja en espera de mi respuesta, y le dije: "Me acerqué a ti, porque tu rostro parece ser real, no usas máscara". Cuando terminé de decirle esto, uno de los cerdos de su mesa salió a buscarla y le pidió que regresara. Al ver el torpe andar de aquél individuo reí para mis adentros. Ella le dijo que regresaría en un minuto, después de que terminara su cigarro. El hombre asintió, dirigió la peor de sus miradas hacia mi persona como amenazándome, yo le sostuve la mirada hasta que entró de nuevo al lugar.

- ¿Cómo te llamas?, pregunté, al tiempo que soltaba una larga bocanada de humo.
- Alejandra, contestó. ¿tú?
- Yo me llamo Héctor.
- Y dime Héctor ¿qué te trae por aquí? no aparentas ser como los hombres que frecuentan este tipo de lugares decadentes.
- La verdad, ni siquiera se cómo llegué aquí, salí a dar un paseo sin rumbo y llegué, estaba apunto de irme del lugar cuando te vi, no pude contener las ganas de acercarme y conocerte.
- ¿Qué viste en mi que te llamó la atención?
- Tu mirada no parece la de una bestia asquerosa, como la del resto de las personas ahí congregadas, pareces ser inteligente, y además, eres muy bella.
- Eres el primer hombre que deja en segundo plano mi atractivo físico. Por lo general todos se acercan a mi diciéndome lo guapa que soy, es repugnante.
- Lo sé, las personas sólo se guían por lo que sus miopes ojos alcanzan a ver, yo en cambio me rijo por mis instintos puros, que desechan lo vulgar,

Apenas terminé de enunciar aquella frase y ella sacó una pluma de su bolso, tomó mi mano para escribir algún garabato, me miró a los ojos por un largo rato sin decir nada y después se fue de nuevo hacia su mesa. Me quedé helado por un instante, leí lo que decía en mi mano, y era exactamente lo que imaginaba: su número telefónico. Tomé mi celular y lo guardé al instante.

Retomé, pues, mi caminata nocturna dirigiéndome a casa. Por un instante había olvidado la insoportable vida que llevaba. Llegué a mi apartamento, me despojé de mis ropas y me acosté desnudo en mi cama. Encendí la televisión para quedarme dormido y recordé su rostro. El simple hecho de memorar su cara me excitó de sobremanera, provocándome una enorme erección, así que me masturbé pensando en su rostro y recordando su delicioso cuerpo.

Al día siguiente, me levanté y olvidé que había dormido desnudo, de manera que, al salir de mi apartamento para recoger el periódico noté que estaba desnudo aún. Un frío aire de invierno me lo recordó. Cuando caminaba de regreso una vecina salía del ascensor y al verme gritó como si jamás en la vida hubiera visto un cuerpo desnudo, maldijo mi persona en repetidas ocasiones, e incluso me llamo inmoral. Yo la ignoré por completo, pues sus palabras me parecieron la más grande estupidez cristiana del mundo. Vomité en sus zapatos, y sin ofrecerle una disculpa, regresé a mi hogar. Cerré la puerta y cociné el desayuno.

Cuando dieron las dos de la tarde, decidí continuar con mi trabajo, tenía que seguir buscando mujeres para que trabajaran como modelos en unas fotos que quería publicar una revista. Así que cogí el teléfono y marqué un par de números sin recibir respuesta. Después de buscar más números de agencias de modelos, pensé en llamar a Alejandra. Tal vez ella estaría dispuesta a hacer el trabajo, estaría dispuesto a pagarle con intereses por su participación. Tomé el teléfono, lo coloqué junto a mi oreja y marqué los dígitos que había escrito en mi mano. No reconocí la voz que contestó la llamada, así que amablemente pedí por Alejandra, recibí una respuesta un tanto extraña: "¿Para qué la quieres?" Jamás había escuchado a alguien enunciar esa pregunta cuando pedía que me comunicaran con alguien. "Sólo quiero ofrecerle un trabajo", contesté. Al minuto escuché su arrogante voz. "Hola", dijo simplemente. "Hola Ale, soy Héctor, ¿me recuerdas?, pregunté. "Claro que te recuerdo, estúpido, apenas en la noche nos conocimos, dime ¿porqué tardaste tanto en hablarme?". Le contesté que no había encontrado ningún pretexto para hacer la llamada, ella contestó: "no necesitas pretexto alguno". Le dije sobre el trabajo, ella dijo que la encontrara en un café a las 4 de la tarde. Quedamos de acuerdo y colgamos.

Inmediatamente encendí la ducha para darme un buen baño de agua tibia, esta ocasión era especial. No se trataba de otra jornada laboral donde fotografiaba chicas sin cerebro para una revista sin contenido. Esta vez tomaría fotos de una mujer tan inteligente, como bella, para una revista de arte y música. Sería  un buen día...

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