sábado, 28 de mayo de 2011

Primera Parte

Estábamos ebrios, la verdad. Fuimos de viaje a la playa.  Ibamos entre amigos. El calor, la arena, el alcohol y la atracción entre los dos, hicieron de esa noche, una noche inolvidable. Nuestro acercamiento fue casual. Algo estúpido, ni siquiera lo recuerdo bien. Después empezamos a conversar como si fuéramos dos amigos que se han dejado de ver por un largo tiempo y en parte así era. De pronto, no recuerdo cuando, nos tomamos de la mano. Claro, éramos amigos, supuse ya lo habíamos hecho antes, no era nada grande. El alcohol hizo efecto en mi cabeza y empecé a perder la timidez. Mientras platicábamos de cómo fue que nos alejamos, la observaba, se veía bella en ese bikini rojo. La luz de la luna iluminaba sus ojos como cuando el sol ilumina un diamante. Dejé de tocar su mano y comencé a acariciar su pierna. Su piel era tan suave, como si volara por las nubes. Cada vez que me deleitaba con una sonrisa, mi corazón latía más y más fuerte. No creía lo que sentía. Debe ser el alcohol, pensé. 

Tras una larga plática, nos volvimos a integrar a la fiesta. Fui por un par de tragos y choqué copas con mis amigos, pero ya no podía estar sin verla, tan bella, tan sensual. Bebí un trago más y regresé a ella. Bromeamos un poco de cuánto habíamos tomado y cuán ebrios estábamos. Ella, por supuesto, decía que no estaba ebria. Así que, jugando decidí darle un ligero empujón en el hombre. Mala idea. Calló inmediatamente a la arena, como una tabla de madera que es empujada al vacío. Reímos. Y tras acto tan fallido, nos abrazamos como consolándonos, siendo cómplices.

Seguimos hablando por un rato. Admito que hubo un momento en el que deje de escuchar sus palabras y sólo veía sus labios, tan frescos, tan rosas, tan bellos. Tenían que ser míos, tenía que besarlos. De la nada vino a mi mente que era el marco perfecto para pintar un bello cuadro. La luz de la luna iluminaba la playa suavemente, como el roce de la seda. Las olas del mar ambientaban el romance, mejor que cualquier sonata de piano. Ambos estábamos en traje de baño, veíamos nuestros cuerpos y se deseaban. Estábamos en una fiesta, con nuestros amigos. El ambiente era amigable, de paz y amor. Y ella, ella se veía más hermosa que nunca; yo nunca me sentí tan bien de pecar. Así que mientras ella decía no se qué, la tomé por la cintura, sentí la curva que formaba su cuerpo. La miré directamente a los ojos, y sin pensarlo dos veces la besé. Fue un suceso mágico. Sentí como si festejara un gran logro. En mi mente el cielo se llenó de fuegos artificiales. El mundo se detuvo por un instante y dejó de existir vida a nuestro al rededor, lo único que importaba era nuestro beso. Cuando mis labios se juntaron con los suyos fue como vivir el paraíso en carne y hueso, como si Dios mismo quisiera demostrarme el por qué de mi existir. Desde ahí sentí cómo el pasado dejó de importar y el futuro nunca existió. Fue el beso más dulce, nuestras lenguas coqueteaban, jugaban mientras nuestros labios decían: te extrañé.

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